Hay algo en los cómics de Ana Galvañ que perturba hasta el tuétano. Será por su desapegada visión de la vida en futuro-presente o por esos colores difuminados que, por momentos, nos muestran seres-holograma, en vez de personajes tangibles, pero lo cierto es que, en su forma de contemplar la realidad, siempre surge el gen “black mirror”, que, sinceramente, ella ha sabido llevar más lejos todavía, gracias a su esmero por conectar a nivel subconsciente con lxs lectorxs sin ninguna clase de artificio moralista de fondo.

Quizá esto último pueda sonar algo tópico, sin embargo el grado de hipnosis alcanzado viñeta tras viñeta es tan profundo como esos discos de música ambient con los que Klaus Shulze filmaba sinfonías electrónicas futuristas a principios de los años setenta.
