Las Rupturas de la Modernidad Cinematográfica: Una Aproximación a Cléo de 5 à 7 de Agnès Varda.
Agnès Varda una vez dijo lo siguiente en el documental Filmer le désir (Marie Mandy, 2000), que muestra de qué manera su mirada fílmica ha quedado en los anales del cine moderno como una de las más idiosincráticas e insobornables: “Una mujer no ha de estar definida por la mirada de los hombres, que la han oprimido: el padre, el marido, el amante, el hermano. Las mujeres se han acostumbrado a existir a través de esta mirada. Pero nosotras también miramos. Es el acto de decidir mirar y de considerar que el mundo no se define por cómo se mira, sino por cómo lo miro” (1). Toda una declaración de intenciones para una mujer que ha hecho de su carrera cinematográfica un intento por descolonizar la mirada femenina de las restricciones de la época.
Varda siempre ha sido una cineasta “agazapada” entre ese maremoto de individualidades que revolucionó el cine francés a principios de los 60, y que tomó el nombre de Nouvelle Vague. Como apunta Imma Merino “A pesar de que se adelantó al espíritu de la Nouvelle Vague con La Pointe Courte (1954) y, entre otros trabajos, con su primer documental declaradamente subjetivo titulado L’Opéra-Mouffe (1958), no ocupó ninguna centralidad en ese grupo de cineastas, que, por otra parte, tampoco era definitivo y homogéneo. Más bien se situaba en los márgenes” (2019: 21).

Una mujer en los márgenes. Una espigadora de imágenes que hizo del cinematógrafo una forma de experimentar con la mirada fronteriza entre géneros. De alguna forma, la cineasta belga inspiró a toda una serie de jóvenes autores franceses que querían asestar un duro golpe al cine más convencional; sobre todo, el que llegaba desde los estudios hollywoodienses. Sobre la llamada Teoría de Autor, Robert Stam escribe lo que sigue: “era producto de una constelación cultural que incluía revistas cinematográficas, cineclubes, la filmoteca francesa y festivales de cine, y se vio estimulada por la proyección de películas americanas en Francia, nuevamente disponibles tras la Liberación” (2001: 106). Jóvenes airados que llevaron al extremo los axiomas de Alexandre Astruc incluidos en su obra El nacimiento de una nueva vanguardia: la caméra-stylo (1948), en el que el escritor y director afín a la filosofía existencialista proclamaba la liberación del “Yo” del autor para que, de esta manera, pudieran dar rienda suelta a su creatividad. Se quería, en definitiva, acabar con el cine acartonado que hasta entonces se elaboraba en la industria, y apostar por un cine que reflejase y fijara la mirada del autor. Unos espigadores de imágenes únicas que revelaran un cuerpo creativo singular.(2)
Este Nuevo Cine que aparece no solo en Francia, sino en otras latitudes con sus propias características, tuvo que pasar algún que otro peaje debido a que su insurgencia no fue bien vista en países con regímenes políticos inflexibles que actuaban bajo el manto de la censura en algunos temas que eran considerados tabú. Pero en la Nouvelle Vague se aglutinaron intereses muy distintos: desde los que admiraban el cine más conformista que llegaba desde EE. UU. (Bazin los bautizó como los hitchcocko-hawssianos) como Eric Rohmer o Godard, y los más, que se consideraban, o consideraría la crítica, más posmodernos como Agnés Varda o Alain Resnais (3). Todos ellos tenían conexiones con el neorrealismo al que reivindicaban. Esteve Riambau lo expresa de la siguiente manera: “La teoría realista promulgada por André Bazin a partir de su artículo ‘Ontología de la imagen fotográfica’, publicado en 1945, permitió que sus discípulos establecieran oportunas conexiones con el cine neorrealista y, más concretamente, con los filmes de Roberto Rossellini, otro de los grandes “patrones” de la Nouvelle Vague, con algunos de cuyos miembros estableció vínculos profesionales concretos” (2002: 40).

Ver la realidad de diferente manera, con una mirada propia, con una fuerte carga simbólica, es lo que pretende y consigue, sin lugar a dudas, Agnès Varda en la película Cléo de 5 à 7 (1961) en la que seguimos durante estas dos horas a una mujer, Cléo (Corinne Marchand) por las calles de París tras la trágica noticia que le da una vidente. En una entrevista que le hace Merino en 2018, Vardà contesta a una pregunta en relación con su inexorable vinculo entre su vida nómada y su obra con lo siguiente: “(…) en Cléo de 5 à 7 coexisten el tiempo subjetivo, el del protagonista, y el llamado tiempo objetivo. También explico que esta película es una ficción-ficción, pero que en ella hay aspectos documentales en relación con la vida en la calle que filmé a propósito de Cléo por París. De hecho, en casi todas mis ficciones hay retazos de documental, que no he abandonado nunca” (2019: 130). Estaríamos ante una película que aúna ficción y realidad, pero una realidad subjetivada por la autora.
Este aspecto de la subjetivación es muy importante para entender la modernidad cinematográfica que representa este filme icónico. La mirada autoral se posa sobre nuestra protagonista y apela a la conciencia del espectador, mostrando a una mujer inmersa en una angustia existencial dentro de una “realidad” que es cuestionada, desdramatizada. Apunta Bordwell que “es un cánon diferente de motivación realista, una nueva vraisemblance, que justifica opciones compositivas y efectos específicos. Ciertas formas específicas del realismo motivan una imprecisión de la causa y efecto, una construcción episódica del argumento y un aumento de la dimensión simbólica del filme, a través de las fluctuaciones de la psicología del personaje.” (1996: 206). Vardà, a diferencia de Rossellini, reconstruye esa realidad desde una perspectiva femenina (el imaginario femenino como un ente autónomo y visceral), e interviene en ella mediante múltiples ejemplos de planificación de imágenes que parecen la escenificación de un poema.
Metiéndonos de lleno en la película, es clave entender que estamos ante una documental sobre la percepción, la mirada. La planificación del filme intenta eludir el montaje para regirse por los dos capítulos de diferente minutaje en los que está dividida la obra. En la primera parte del metraje, Cléo se nos presenta como una aspirante a cantante, caprichosa, que vive en su particular torre de marfil, acompañada por su ayudante. Una tarotista le pronostica una enfermedad en el inicio junto a los títulos de crédito, pero le ahorra la información de una muerte prematura, cuyo designio está escrito en las cartas. La intención de Varda es que miremos desde la perspectiva de esta mujer que está amenazada por la muerte, y todo lo que la rodea empieza a tener una significación diferente ante sus ojos.
