Que la dimensión hipnagógica, hogar de Moon Wiring Club, The Advisory Circle o Belbury Poly, nos está ofreciendo las vías retrofuturistas más enriquecedoras de este siglo es tan cierto como que también hablamos de una filosofía netamente británica, en base a un imaginario que engloba toda la cultura del país, surgida de la época eduardiana a las series de ciencia ficción y fantasía realizadas hasta los años ochenta en la BBC2. Es a partir de tan marcada estética como han surgido un cúmulo de obras musicales, vídeoclips, videojuegos ochenteros y hasta juegos de mesa centrados en reimaginar una Inglaterra como la que aparece en los cómics de Bryan Talbot, tipo “El Corazón del Imperio” o “Las Aventuras de Lukas Arkwright”. En dichos cómics, somos testigos de una dimensión alternativa sci-fi en plena era eduardiana. Así es como gente como Ian Hodgson, cerebro tras Moon Wiring Club, se ha imaginado su propia metodología electrónica: como si sus sampleados y sinfonías ambient-hip hop surgieran de inmensos gramófonos del siglo XIX.
Todos los elementos musicales y visuales están forjados en base a crear una alucinación hipnagógica en el oyente: destellos oníricos de una Inglaterra soñada en base a una mezcla de elementos creados a través de la ficción durante la era comentada, con una fijación especial en el mundo de los espectros, fantasmas y demás misterios nacidos de la duermevela y la magia. La realidad creada nace total y absolutamente de la imaginación y la devoción por indagar en los mundos ocultos del espiritismo y el más allá.
Entre los ingredientes que conforman la receta hipnagógica musical, nos encontramos con la consumación de una ley no escrita: evitar el primer plano de la voz humana, de una voz “real”. A partir de este precepto básico, el círculo de fuentes instrumentales abordadas son ambient, avant-garde, dubstep, hip-hop, sampleados vocales enigmáticos y toda la escuela de pionerxs de la música electrónica de los años cincuenta y sesenta, tales que Jean-Jacques Perrey, Wendy Carlos e incluso I Hear a New World, la obra maestra creada por Joe Meek junto a The Blue Men en 1959, en la que se imaginó como sería una música interpretada por alienígenas en el meridiano del siglo XX.
En este sentido, quizá no haya ejemplo más representativo que un LP como Leporine Pleasure Gardens, obra de Moon Wiring Club. Los sonidos que brotan de las canciones de este trabajo responden a un ideal: fluyen directamente de sus sueños hacia lxs oyentes. Sus creaciones no tienen como primer receptor la membrana auditiva, sino la alcoba de los recuerdos nunca vividos. Sus pesadillas musicales del siglo XIX nacen de la más sobrecogedora de las nostalgias: la que ha creado nuestra mente durante nuestros sueños más tangibles. El futuro sólo podrá cambiarse reimaginando todo el pasado, y en eso Hodgson es nuestro flautista de Hamelin. Su concepción es tan radical que la misma imagen creada para sus portadas, carteles o demás parafernalia, parece rescatada de una distorsión colorista en tres dimensiones de la Inglaterra eduardiana. Para acabar de dar sentido total a su excursión hacia dimensiones paralelas, las canciones están bautizadas con títulos que son el paradigma de sus propias creaciones: “Dress To Decorate Summer Evenings”, “The Victorian Butter Boat”, “Edwardian Romance” o “The Last Ghost In England”.
Tal como el mismo Hodgson ha llegado comentar, para este disco la idea inicial era crear algo casi únicamente concebido mediante samples recogidos de voces humanas. Ambición desmesurada, tal planteamiento tuvo que cambiar sobre la marcha ante el exagerado grado de dificultad de llevar a buen puerto dicha empresa y también ante la posibilidad de llegar a un estado de terror para el cual el oído humano aún no está preparado. A pesar de no haberse decidido a consumar la empresa inicial, el número de sampleados vocales es suficiente como para crear un estado de terror perceptible, entre la pulsión dub y texturas electrónicas que surgen desde el contraplano del ritmo: como si nos abriera las puertas de la cabina telefónica del Doctor Who para poder colarnos hasta el mismo corazón de las pesadillas tejidas para la ocasión.
Si Leporine Pleasure Gardens representa el ideal hipnagógico, el primer LP de Boards of Canada, The Music Has The Right To Children (1998), ya contaba con muchos de los elementos identificativos de lo que, en su momento, el teórico musical Simon Reynolds definió como “pop hipnagógico”. En el primer LP del dúo escocés, conformado por Michael Sandison y Marcus Eoin, brotan ecos de la Inglaterra de los años setenta, forjada bajo el falso optimismo pre-neoliberal. Estamos hablando de una época en la que aún se podía respirar los resquicios surgidos del miedos a las catástrofes nucleares y ecológicas derivadas de la generación que vivió más intensamente la Segunda Guerra Mundial. Esta paranoia, tan real, estaba siendo canalizada a través de toda clase de películas, series o programas emitidos en la BBC. Como el propio Sandison reconoce: «Mirando hacia atrás en la televisión y las películas de esa década, mucho de lo que ves era bastante oscuro».
Del filtrado televisivo de aquella, el dúo fue absorbiendo los experimentos sónicos procedentes de series como “Zafiro y Acero” (1979-1982) y todo lo que surgía de los trabajos realizados por el laboratorio musical de BBC Radiophonic Workshop para series como “Doctor Who” (1963-1989).
Estas referencias televisivas conforman uno de los pilares básicos de la estética e influencia musical en las camadas hipnagógicas. Proyectos sin rostro como The Focus Group son los que formalizaron la deriva hipnagógica, también extendida a proyectos más “visibles” y pop como los fundamentales Broadcast, seguramente, la puerta de entrada más recomendable para todo ser que quiera dejarse absorber por este mundo de irrealidad nostálgica, lo cual nos lleva a la pregunta esencial y el gran atractivo de la cultura generada en torno a los principios hipnagógicos: ¿Se puede sentir nostalgia de una época que ni siquiera ha tenido lugar?
Al igual que lxs synthwavers de menos de treinta años de edad fantasean con haber nacido en los años ochenta, consumiendo compulsivamente la cultura de aquella décadas, los afiliadxs al pop hipnagógico sentimos la necesidad de recrear en nuestros sueños la opción de vivir en una dimensión donde el tiempo se ha congelado en un era distante e imaginada.
Hablamos de una minoría tan pronunciada que lxs seguidorxs del pop hipnagógico nos sentimos más cercanos a formar parte de un club selecto de escapistas de la cotidianidad. El vínculo nacido de esta exclusividad es uno de los pocos reductos originales y, realmente, evasivos nacidos de la cultura pop del siglo XXI. En este sentido, la logia central de toda esta religión es el sello discográfico Ghost Box, cuya traducción al castellano, “caja fantasma”, no podría ser más representativa de los valores identificativos de artistas sin rostro, como es el caso de Belbury Poly, The Advisory Circle o The Focus Group; este último, máscara tras la que se esconde Julian House, también creador e ideólogo de todo lo que significa Ghost Box y lo referente a las constantes vitales del pop hipnagógico. Pero este ya es otro tema que bien merece ser abordado en otro capítulo.
Obseso crónico de la espeleología musical, autor de una treintena de ensayos musicales y miles de artículos, en TiuMag, El Salto o Rockdelux, entre otras publicaciones.
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