Moondog sigue siendo un misterio en la historia de la música del S.XX. Una reputada carrera para minorías y su icónica vestimenta han dibujado una parábola perfecta, dejando en el centro de la campana de Gauss sus dos obras más conocidas, Moondog (1969) y Moondog 2 (1971). Probablemente esas sean sus dos obras maestras, las más maduras, complejas, reconocibles y perennes. Antes de esas cumbres, Moondog exploró un camino de jazz y ritmos tribales, y después de ella, exploró una vía más calmada, experimental y orquestal. Pero algo escapa de ahí.
Philip Glass y Steve Reich, dentro de la vertiente experimental, Benny Goodman y Charlie Parker en el jazz, y Janis Joplin y Prefab Sprout en el pop, se declararon admiradores de Moondog. Una huella profunda, pero difuminada por algo que nunca se pudo ver, como el desprecio de consagrados como Alan Freed (a quien Moondog tuvo que denunciar para que dejara de apropiarse de su nombre y usar una canción suya como cabecera de su programa de radio sin permiso alguno). Pese a todo ello, la extraviada personalidad de Louis Thomas Hardin, Moondog, se mantuvo con una pureza similar a la de un animal salvaje.
El anteriormente conocido como Vikingo de la Sexta Avenida dejó Estados Unidos para vivir en su idealizada Alemania. Para él, aquella era la tierra de los dioses, mitología o imaginación, donde podía reparar su deshilachada personalidad, marcada por una infancia extraña y una exagerada falta de comprensión para con un niño tan sensible y curioso. Era 1974, Alemania bullía y mucha gente cercana al jazz conocía al indigente ciego por los discos mencionados arriba. No es que fuera pan comido, pero el poder de adaptación curtido por 30 años trabajando en las duras calles de Nueva York, ataviado únicamente por las prendas que él mismo confeccionaba, facilitó una rápida integración. Muy pronto hablaba alemán fluido, encontró una familia y allí se asentó hasta su muerte en 1999.
Esta introducción es necesaria para empezar a hablar de H’art Songs, de 1978, un disco totalmente desmarcado de su anterior discografía.
Louis, recién llegado a Alemania, decide grabar su primer disco cantado. Cierto es que ya había cantado algunas frases o recitado sus poemas en anteriores obras, pero nunca en todo un disco. Además, H’art Songs es interpretado únicamente por el pianista Fritz Storfinger y por él. A diferencia de sus grandes orquestaciones anteriores con su característica percusión tribal y sus elaborados desarrollos, H’art Songs es un disco sencillo, que no simple, directo y transparente.
Es éste, precisamente, el determinante para poder discriminar la genialidad de la mera locura. El carácter de Louis era de una impermeabilidad enfermiza, decía que no escuchaba música de otros porque encontraba demasiados errores. Prueba de ello es un disco como éste, en un momento como aquel y dentro de una discografía como la suya. H’art Songs era el último tipo de disco que sus mayores estudiosos hubieran esperado. Era lo que el mundo menos necesitaba, y esta razón es suficiente para destacarlo.
Como el propio Louis describe en la funda interior de la edición original, en este disco hay dos tipos de canciones: las que construye sobre una base repetitiva, por encima de la cual escribe cánones de dos partes junto con cantus firmus y, el segundo tipo, mediante creación de homofonías (varias notas que se mueven armónicamente y forman acordes), como chacones. Esto quiere decir que para él no hay nada dejado al azar, es matemáticamente elegante incluso en las canciones más sencillas, cortas o accesibles. Su proceso de composición es sesudo, fiel a unos parámetros de naturalidad, desarrollado en un estado de silencio y reflexión extraído de las profundidades de su benevolente intelecto.
Para empezar, en el primer compás llega la sorpresa: piano, bombo y un cerdo. Un cerdo real. Y no es provocación ni excentricidad (más allá de la natural en él), está ahí porque la canción trata sobre un cerdo. La voz de Louis es nítida, vieja y sin adornos ni trémolos, de una franqueza transparente, capaz de convencerte de lo que quiera sin pretenderlo en absoluto. No hay espacio para los largos desarrollos del pasado, Moondog convierte todo su anterior universo progresivo en simples palabras. Alegatos naturistas, canciones de amor (mención especial a la brillantísima High on a rocky ledge), y un inintencionado sentido del humor, como se da en Enough about of human rights, donde enumera una lista de animales que tienen tanto derecho como los humanos, construyendo la melodía a partir de las decenas de “What about…” que preceden a los nombres de animales. Ese juego fonético que convierte los “What about…” en “parapás” como se hacía en las canciones de los años 60 es de una inteligencia extrafina y traviesa para un señor de 61 años.
Y una de las cosas más definitorias del carácter de Louis es la sencillez con la que dibuja aquí su propia existencia y la relación con su entorno. Demuestra un sincero respeto por sus congéneres, dignificando cualquier postura o preferencia siempre que sea por el bien de la humanidad. En H’art Songs lo explicita en Do your Thing y I’m this, I’m that, ambas con unas optimistas melodías y textos, casi infantil en el primer caso y ensoñadoramente dulce en el segundo, cercano a un jingle-mantra de hare krishna. En ambos casos el tempo no es precisamente lento, dotándolas de un pulso positivo, luminoso y vital, fehacientemente más sincero y honesto que cualquier final con moralina de películas motivacionales Made in Hollywood. La frase es odiosa, lo sé, pero lo que despierta en el oyente es un enorme “voy a hacer las cosas mejor”.
La excepción es la infrecuente Here’s to John Wesley Harding, con una melodía al piano que requiere nada menos que de 24 compases en 4/4 para mostrarse entera. En esta ligera complejidad respecto al resto, Louis anuncia su parentesco con el conocido forajido del lejano oeste. Sin prisas, de nuevo definiéndose sin necesidad de aforismos, con una dicción casi fantasmal, digna de lo que es, el brujo de largas y canas barbas.
El disco al completo es de una peligrosa inocencia, de una belleza tan orgánica que todas las canciones parecen existir previamente en nuestras mentes antes de la primera escucha.
Tiene mucho sentido, puesto que su principal influencia declarada es la propia naturaleza, entre la que se encuentra la naturaleza humana, la cual analizó a fondo en su formación de tres décadas en las calles de Nueva York, vendiendo poesías o instrumentos fabricados por él.
Se ha tildado este disco de naïve, y lo es en cierto modo, la instrumentación es tan minúscula, las composiciones son tan clásicas y los textos tan indefinibles y sin metáfora alguna que enlaza con otros descarriados más populares como Rocky Ericksson o Daniel Johnston. En este caso hay más luz, puesto que la base de Moondog es la observación, y recuerdo que tratamos de un músico ciego, más allá de lo superficialmente perceptible. Hay humanismo, filosofía, ecología y algo más profundo a lo que la música grabada nos tiene acostumbrados. Todo Moondog, pero H’art Songs en particular, está emparentado con la estética de Walt Whitman, la ciencia de las cosas pequeñas y realmente importantes, generalmente vinculadas a la naturaleza y a la celebración de la vida.
Pero una de las cosas más llamativas de este disco es cómo un piano, una voz y alguna percusión esparcida mínimamente por detrás puede completar tantos espacios. Lo que debería ser una obra mínima, casi desnuda, se percibe como una unidad sin cabida para un contrabajo, un güiro o un sintetizador (hablamos de 1978). Entre las composiciones y la producción se conforma un bloque sólido que el cerebro asume como unitario e indivisible.
Artículo por Gonzalo Fuster.