Abel Hernández, alias El Hijo, lleva más de dos décadas componiendo y publicando discos. Su cambiante trayectoria no ha dejado impasible a la crítica musical del país, para quien, en su actual personalidad musical como El Hijo no sólo se ha convertido en un artista referente en la escena alternativa española, pero también ha funcionado como espejo sobre el que proyectar las reflexiones y preocupaciones sobre el contexto socio-político actual.

Tras el golpe de timón transcendental en su trayectoria que supone su inmersión electrónica en el EP ‘Fragmento I’ (2015), El Hijo sigue indagando en esta senda experimental entre fronteras estilísticas. El Hijo realiza un acercamiento desprejuiciado hacia el pop mainstream, pero no un acercamiento integrado, ni tampoco apocalíptico, sino subrayando los elementos de esa música que generan un discurso cultural y una hegemonía política. Labor que fue prorrogada en los aclamados ‘Dentro’ (2018) y ‘Capital Desierto’ (2019) con la misma dedicación obsesiva aplicada por renovadores de la liturgia pop como Disco Inferno en su serie de EPs publicados en los años 90. Al mismo tiempo, se interesa más el concepto de cultura remix; ya que la cultura humana es fruto de la remezcla. El Hijo escoge elementos del pop, el r&b, el vaporwave o el IDM para elaborar canciones de códigos genéticos cruzados en su interior, capaces de hacer coexistir a Arca con Los Chichos o a Ben Frost con bases trap. Su trabajo focaliza en la música doméstica, a lo que se refiere como “las nuevas formas del folk”. Él mismo señala cómo en lugares donde la precariedad económica y material es muy grande hay escenas musicales que son fundamentalmente electrónicas. La cultura de la clase trabajadora está, hoy en día, inherentemente entremezclada con el desarrollo de la tecnología. El Hijo se interesa en este desarrollo y en la tecnología como facilitadora de soluciones y al tiempo como arma destructiva.
Como bien señaló Abel Hernández en su momento, estamos ante la máxima expresión del post-mainstream, finalidad con la que vuelve a jugar en “La rueda del cielo”, culmen de dicho concepto, estructurado para la ocasión mediante un brainstorming intertextual donde se superponen capas de, entre otros, la Odisea, el Nuevo Testamento y las bases de la cienciología y el cuarto camino de Gurdjeff, Hannah Arendt, Jacques Derrida, textos de la CCRU y Mark Fisher, La cicatriz interior de Philippe Garrel o Gerry de Gus Van Sant… Ello da lugar a un palimpsesto que gira como un torbellino de partículas contaminadas en torno a un personaje y su fracaso en la búsqueda individualista de la redención en el autoexilio y el anhelo de espiritualidad prefabricada. A cambio, las visiones distópicas de su cíber caos emergen en formas synthwave ultra orgánicas como ‘Burberry’ o mediante brotes celestiales pero apocalípticos de estribillos flamencos, orbitando alrededor del planeta Lole y Manuel, sobre suelo arado con las matemáticas Meitei en ‘Tebas (La rueda del cielo)’. En esta última canción y en ‘Circe’, pone su voz la joven Lauren Casline, una de las tantas colaboraciones convocadas con el fin de multiplicar los diferentes yoes del personaje y los puntos de vista sobre la historia; por ejemplo a través del mayestático hechizo arábigo en el que se adentra Rodrigo Cuevas (aparición por cortesía de Aris Música/El Cohete Internacional) por medio de ‘Espejismo’, o en la aparición de Jorge Tórtel (que canta en ‘Burberry’ y toca guitarra acústica en ‘Circe’), sin olvidar la colaboración con sintetizadores de Juan Carlos Roldán (‘Burberry’).
