En unas palabras de Roberto Bolaño que pronunció en un discurso en Viena, y publicadas en 2001 el autor de Los detectives salvajes dice en relación al exilio forzado -y posterior muerte en México- que el gobierno austriaco impuso al poeta, y amigo de Bolaño, Mario Santiago “y en 1998 un automóvil lo atropelló en circunstancias oscuras, un coche que se dio a la fuga mientras Mario se daba a la muerte, tirado y solo en una calle nocturna de uno de los barrios periféricos de México Distrito Federal, una ciudad que en algún momento de su historia se asemejó al paraíso y que hoy se asemeja al infierno, pero no un infierno cualquiera sino el infierno especial de los hermanos Marx, el infierno de Guy Debord, el infierno de Sam Peckinpah, es decir un infierno singular en grado extremo, y allí murió Mario, como mueren los poetas, sumido en la inconsciencia y sin papeles, motivo por el cual cuando llegó una ambulancia a buscar su cuerpo roto nadie supo quién era y el cadáver se pasó varios días en la morgue, sin deudos que lo reclamaran, en una suerte de revelación final, en una suerte de epifanía negativa, quiero decir, como el negativo fotográfico de una epifanía, que es también la crónica cotidiana de nuestros países”.
Son unas bellas palabras que hablan sobre de cómo el azar actúa como detonante de un exilio que, unas veces, es debido a una causalidad externa al escritor (situación política o económica de un lugar que le insta a desplazarse), o a un exilio que es querido, porque el escritor no haya en la orografía que le rodea el espacio en el que se encuentra a gusto.

Claudio Guillén parte de una polaridad para explicar el exilio. Él habla de una interhistoricidad ya que de este concepto podemos extraer diferentes casuísticas. De esta polaridad, que tiene en la historia de la literatura a muchos representantes, y que va tejiendo un tapiz de lo más heterogéneo, Guillén nombra a Plutarco, un hombre que problematizó y puso en tensión conceptos como ciudadano, sociedad y estado. El filosofo griego al que se le concedió ciudadanía romana, es un ejemplo de hombre que experimentó el destierro (algo siempre ligado a factores objetivos o subjetivos) desde una visión universalista, cosmopolita, nada doliente. Una unión del “yo” del poeta con la naturaleza que permite ver el sol, y compartir experiencias. Es complicado, por no decir imposible, desligar el encaje de las miradas objetivas y subjetivas de los actores en el proceso de exilio, y esto lo leja claro Guillen cuando menciona a E. Morín, y escribe sobre la “complejidad de lo real” (Guillen, 1998:20-21).
En el caso de Plutarco, su forma de hacer frente al infortunio del destierro es exhortando a la dignidad, a intentar superar situaciones difíciles mediante la asunción de que la patria, la tierra dada, no es algo que se nos da por naturaleza, sino que es algo que se va construyendo; un algo que se nombra y que permite mirar con ojos nuevos otros lugares. No es, por tanto, un sentimiento de pérdida, como si es en Ovidio. Para él el “yo” es como si se desgajara. Tras su notificación, por parte de emperador Augusto, de su abandono de Roma, escribe cartas, obras elegiáticas, desde una mirada que se aferra a la añoranza por la tierra perdida. Son escritos en los que se pone en relieve de qué manera la alteridad esculpe un ideario repleto de pérdida, de extrañeza por el cambio cultural, y la no asimilación del cambio geográfico. En este caso, Ovidio se aferra a una cosmología propia que no quiere abandonar; prefiere asentarse en una estética del abandono a dejarse encandilar por los múltiples secretos que esconde los seres humanos más allá de lo local, redireccionándonos a una esfera cósmica.
Guillén sigue con su narración y traslada al lector a los albores del siglo XIX, cuando lo local era nacionalizado, haciendo que lo heterogéneo se fuera atomizando. Esto es el caldo de cultivo para que muchos escritores se adentraran en el azaroso exilio autoimpuesto, como el caso de T. S. Eliot o Henry James, que tomaron esta senda para aliarse con una independencia que anhelaban.
En la literatura a partir de ahora existen diferentes maneras de entender el exilio. Por un lado, hay escritores que abandonan su espacio geográfico por estar en desacuerdo con las medidas represoras de Estado. Otra manera de destierro viene dada por el mero hecho de ser escritor, de ser el portador de valores que incomodan en las sociedades coercitivas en las que forman parte (Rousseau, Voltaire). En ultimo lugar están los desterrados que se autoimponen esa forma de “destiempo” como lo llama Guillén; ellos mismos se abocan a la intemporalidad, a la expulsión del presente y la anulación de un futuro, que alimentará su obra futura. Son personas que viven un exilio voluntario, como en el caso de Bolaño, al que acudimos al principio de este escrito.
Claudio Guillén alude a la variedad de significados que tiene la palabra exilio. La tradición judeocristiana está edificada sobre el exilio (volver al seno del Dios padre” como dice Kolakowski), y se pueden distinguir entre los que son debidos a causas históricas, y un “tercer exilio” que parte de la idea de la no redención, de perderse en las sombras de la noche.
El exilio interior y el destierro exterior crean confusiones de la hora de su compresión: dependen de factores diversos, entre ellos la usurpación que la sociedad hace a los escritores de su lugar en el mundo, y de esta manera no poder nombrarlo. Esa life as usual es extirpada en la cotidianidad de esa tierra que es extraña, pero, como dice nuestro autor, existen nuevos espacios reales y/o imaginarios en los que el escritor encontrará un mundo nuevo de estímulos renovados.