Durante la gran guerra, la que hice en Yale, tocaba el piano junto a varios compañeros. Nuestras vidas discurrían ajenas a todo aquello que no fuera animar a nuestro equipo, salir a beber al río o aguantar las clases del Profesor Sanders.
Ahora lo veo estúpido, pero en 1913 componer himnos para el equipo de football era más de lo que la inmensa mayoría de chavales ni siquiera soñaban.
Un día cualquiera, una cabeza pequeña de pelo negro y brillante saltaba y se balanceaba detrás del piano, de un lado a otro. ¿Quién es? Paul, ¿Cuál es su apellido? ¿Qué le hace tocar así?.
En un instante, una treintena de hijos de abogados y banqueros saltaron y gritaron a coro la canción. Paul me cogió la mano y…, ya estaba al otro lado del piano. Sin soltarme me señaló; el pequeño pianista miraba en la dirección de su dedo.
– Gee, B.R., I bet –Los coros seguían y el piano había dejado de sonar. La cabeza brillante tenía ojos redondos y un cuerpo muy pequeño–, heard from ya, swear I did. Lovely to meet ya, It’s Cole right here.
Sabía mi nombre, y se había presentado con la mayor armonía que jamás escuché.
Nos hicimos inseparables, pero nunca tocamos juntos. Al acabar ese curso su abuelo insistió tanto en que estudiara leyes que estuvo un par de años en Harvard. Hasta que se dio cuenta de que esa letra no casaba con su música y cambió a Artes, que también abandonó.
Cursaba mi segundo año de ingeniería en París cuando me enteré que presentaba su primer musical en Broadway. Nos carteábamos casi todas las semanas, las noticias solían llegar por su parte, me mandaba partituras de hilarantes composiciones y me hablaba de atléticos y esbeltos estudiantes. Yo le aburría con silogismos booleanos y con revistas dadaístas que él tomaba a risa.
Era 1916 y no asistí al estreno porque no pude pagarme el barco. Fue un desastre. La crítica lo arrastró por el suelo, le colgó de un mástil, le roció alquitrán y le cubrió con plumas. No todo fue negativo; le llevó a mudarse a Francia.
Ahí llegó lo bueno. Contábamos que estaba alistado a la Legión Extranjera de Francia, cuando en realidad nos pasábamos las noches en originales fiestas con Coco Chanel y Arthur Rubinstein. Pero duró lo que tuvo que durar, y llegó el día en que sólo nos veíamos fuera del ambiente homosexual o con su futura mujer, la rica Linda Lee.
Ahí estaba el antídoto al fracaso, se reforzó, vivió, fue él mismo y se formó tocando y componiendo para exigentes audiencias.
Ya estaba listo. Volvió a los Estados Unidos en 1919.
Cole Porter ha sido el más destacado, prolífico y elegante compositor de musicales para Broadway hasta su muerte a mediados de los años sesenta.
Gonzalo Fuster es el rostro tras El Ser Humano y Almacenero Marx. También es colaborador de Ruido de Fondo MAG.
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