En el currículo de Annette Peacock, se encuentra el haber sido miembro de la banda de Albert Ayler, pionera de la música electrónica, precursora del hip hop y una obsesión personal de David Bowie. Su trayectoria es la de una fuerza de la femineidad que, ya fuera como poetisa, cantante, pianista, pintora o productora, siempre ha impuesto sus reglas. Recurriendo al dicho: si no existiera, habría que inventarla. (entrevista de 2017)
Si hay una certeza primordial en la larga trayectoria de Annette Peacock, esa es su tendencia natural a quemar etapas con suma celeridad. “Parece ser. Aunque entiendo que, dentro de un género, hacer lo mismo de forma repetida es lo más eficaz para cosechar un éxito. ¡Y mucho más fácil! Pero también es cierto que tengo una definición diferente de éxito”. Desde que con cuatro años comenzó a escribir música, su proceso de autodescubrimiento fue encauzado dentro de un seno materno idóneo. “Mi madre tocaba la viola en cuartetos de cuerda y orquestas filarmónicas. Yo oía esa música antes de nacer. Tan pronto como fui lo suficientemente mayor como para sentarme en un taburete de piano, me puse a componer. Luego, a los once años, escuché a James Brown. Ya nada volvería a ser lo mismo. Me encanta la música y siempre he sido receptiva a cualquier cosa que pueda moverse o me sorprenda. Siempre espero escuchar algo que me haga olvidar mi nombre y dónde vivo”.
En los años sesenta, las directrices musicales de Annette se desarrollaron a través de dos autopistas centrales: el jazz y la música electrónica. Por la primera vertiente, la canalización provino de hechos como haber formado parte de la banda de Albert Ayler. “El sonido de Albert era más grande que el saxo que tocaba; era energía pura y primitiva. Pero durante los años 60, cuando Albert Ayler floreció, la música era acústica y analógica, a excepción de algunos compositores clásicos como Karlheinz Stockhausen, aunque sus resultados electrónicos estaban generados por la edición en cinta analógica. Me atrajo la libertad que entonces existía en el jazz y el avant-garde, también el potencial de los sintetizadores. Siempre me he sentido atraída por una declaración de libertad. El jazz y la electrónica me ofrecieron la oportunidad de ser una pionera en una frontera donde no había reglas”.

De su interés por embarcarse en la senda electrónica, Annette fue agasajada con un sintetizador Moog por su mismo inventor. “Robert Moog había creado el sintetizador para ser generado a través de un teclado, que obviamente era el territorio de Paul Bley, así que empecé a añadir fuentes externas de manipulación de sonido”. Fue con este último con quien Annette comenzó una alianza de muchos años. Entre sus primeros experimentos a medias, discos como el directo “Improvisie” (America, 1971) y “Dual Unity” (Freedom, 1972) definieron su obsesión conjunta por las nuevas tecnologías. “Todos los grandes innovadores fueron compositores: de Mozart a John Cage, Duke a Ornette, James Brown a Marvin Gaye, Jimi Hendrix a Albert Ayler. Paul era un gran intérprete, pero no componía. Tocar y componer son dos habilidades diferentes. Sin embargo, él tenía la capacidad de reconocer el talento y avivarlo. Si bien mi influencia fue la dirección musical que tomamos, no fue mi idea o deseo estar como cantante al frente de una banda. No tenía ganas de actuar. Todas las primeras piezas que escribí eran instrumentales. Y esas piezas proporcionaron una nueva identidad a la música y a Paul. El viaje a la electrónica se inició por mi deseo de explorar la creación del sonido en su origen”. Esta ruta llevó a Annette a ser la primera persona en actuar sobre las tablas con un sintetizador. Pero “en mi emoción por compartir un nuevo mundo de sonidos, no había previsto que hubiera resistencia. Y me decepcionó que la música electrónica en vivo no se recibiera con entusiasmo”.

Entre el ocaso de los 60 y el arranque de los 70, Annette encontró su meridiano entre el clasicismo de formas libres y el avant-garde de perfil oceánico. Entre medias, también preconizó la cadencia urbana de las rimas del lenguaje hip hop. Así fue en 1969, cuando compuso ‘I Belong To A World That’s Destroying Itself’. “Parecía inevitable y oportuno. Fue mi tipo de profecía pre-punk. Pero, por supuesto, no me di cuenta de que tardaría 45 años en llegar a tiempo”.
Esta canción fue una de las incluidas en “Revenge: The Bigger The Love The Greater The Hate” (Polydor, 1971), su LP como Bley-Peacock Synthesizer Show, la cual, además, sirvió para rebautizar el disco en su reedición de 2014, realizada por su propio sello, Ironic US. Tanto en este álbum como en ‘I’m The One’ (RCA, 1972), Annette da vida a un bello Golem armado con blues, avant-garde, jazz y cacharrería electrónica. “‘Revenge’ fue el primer álbum en solitario de mi trayectoria que arreglé y produje. Fue grabado en estudios con ingenieros que me ofrecieron tiempo libre y la libertad para hacer lo que yo quisiera. Pero la grabación fue problemática porque el tiempo en el estudio era limitado. Y porque los sintetizadores no eran estables, y los ingenieros no sabían nada sobre la grabación con sintetizadores. Por lo tanto, las pistas se grabaron en vivo, a tiempo real y en una toma. Se hizo en varios estudios, lo que dio lugar al sonido crudo e intenso del disco. ‘I’m The One’ fue concebido como un disco de rock que yo había acordado hacer para RCA. El estudio de RCA era uno de los mejores estudios, de clase mundial y bien equipado, por lo que, a pesar de que las canciones fueron registradas en una sola toma, se trata de un álbum unificado y glamuroso”.
