Desde que Emilio José irrumpió en la escena pop estatal, ha ido menguando la estigmatización existente hacia la lengua gallega desde fronteras nacionales externas al cerco atlántico. Tras la estela del heterodoxo genio de Quins, acontecimientos como Chicharrón, Das Kapital, Malandrómeda no han hecho más que refrendar la recontextualización del acervo galaico, para el cual Baiuca se ha erigido como portavoz que traspasa fronteras.
A diferencia de la comunión perfecta entre pop y folk cosechado desde latitudes mediterráneas, el folk norteño siempre ha contado con una mayor dificultad para ser concebido bajo parámetros más receptivos. Quizá sea por la agresión climática o la pervivencia de una comunidad aún más arraigada a la vida rural que a la urbanita, su folclore sigue contando con el apego inviolable de la tradición oral.
Baiuca. Galicia en el mundo
De la troula en romerías a los cantos de taberna, Galicia es esa zona demarcada por la línea del fin del mundo, que representa Finisterre. Punta del compás que abarca un universo folclórico que, en cuanto a parecidos razonables, bien podría ser considerado como la Gales ibérica. Dentro de la circunferencia trazada, Baiuca (o lo que es lo mismo, el productor y músico Alejandro Guillán), se erige como propulsor de la descentralización de una sensibilidad tan concreta como abierta a ramificaciones provenientes de las regiones más dispares. Así queda plasmado en “Misturas” (2019), el revelador EP donde ha forjado alianza con Aliboria & Xosé Lois Romero: lo más cercano a la reinvención de la visceralidad punk a través de la cantiga galaica. “Escuchas Aliboria, y casi suena africano o asiático”, me explica Alejandro. “No tiene ese punto celta que se transmite cuando se habla de la música gallega. Sí que ‘Solpor’ (2018) tiene algo más de celta. Como era lo primero que quería hacer, se nota más. Con Aliboria se trataba de buscar algo más diferente. Esa búsqueda de ritmos nuevos”.
Siguiendo esta línea, resulta evidente la importancia de “coger instrumentos de fuera para atraerlos a terreno gallego, y utilizar instrumentos gallegos para que suenen a otro sitio. Que todo lo que se utilice no sea tan evidente”.
Dicha metodología filtra una finalidad básica para Baiuca, y que certifica la percepción del folclore gallego como espejo reflector de culturas ajenas a primera vista. “Yo siempre quise contar lo que sucede aquí. Lo que tenemos. Enseñarlo al resto de la gente. Vas a Sevilla, y entienden el proyecto. La gente puede encontrar conexiones, entender lo que estás haciendo”.
Los encadenamientos con semánticas, en apariencia, radicalmente opuestas a la sensibilidad norteña han encontrado como filtro una caligrafía electrónica, atornillada entre músculo orgánico y conciencia tribal. Y que Baiuca está proponiendo como fin mayor a una empresa surgida de lo que él mismo explica: “No me acaba de gustar la forma en cómo la gente entiende la música. También pienso que una de las razones por las que empecé con Baiuca era porque quería hacer las cosas de otra manera. Cuando empezaba, y se hablaba de electrónica y música gallega, todo el mundo pensaba que lo mío era como Spiritu (986), o algo así. Pero claro, hay muchas formas diferentes de abordar el tema. Sobre todo, en la electrónica, que es un campo tan amplio”.
Climatología atlántica
Es a partir de Baiuca, donde también entramos en el vibrante universo visual de Andrés Canoura, también miembro de Nistra: dúo de productores que, entre otras cosas, reflejaron la comunión galaico-caboverdiana de su pueblo, en 2015, con la ciberdelia electro de “Dexâ-m’ quétu!”.
Antes de que Baiuca izara las velas de un crucero sin paradas, ni meridianos reconocibles, investigadoras como Mercedes Peón ya habían abierto senda por medio de una apertura de miras radical, en lo que a geografías sónicas se refiere. Así es en el fascinante “Deixaaas” (2018), impregnado de una visceralidad cromática capaz de encontrar puntos en común entre tribalismo folk e intensidad industrial, lo cual queda plasmado en temas tan asfixiantes como el titular del álbum.
Desde su condición de captadora de maridajes culturales, tanto Mercedes Peón como los componentes del Projecto Trepia han sido básicos para establecer vasos comunicantes entre la cultura india y la gallega, entre otros muchos puntos de contacto, como la liturgia hawaiana o latinoamericana.
Antes de que Baiuca izara las velas de un crucero sin paradas, ni meridianos reconocibles, investigadoras como
Desde un punto de vista geográfico local, en estos últimos años quizá no haya disco más representativo que “Airoa” (2017), de Alexandre Villalba. En el mismo hace de la artesanía electrónica su cuaderno de bitácora para describir el dolor de los montes ardiendo y toda una excursión por la climatología sónica gallega. Como si Matmos hubieran nacido en un pueblo perdido de los bosques lucenses, y estuvieran atrapados en una viñeta futurista de Castelao.
De Mounqup a Verso Libre
Dentro de la fisonomía laberíntica que nutre los pulmones galaicos, se encuentra la aldea de Saumede, donde se trasladó la francesa MounQup en 2011. Desde este centro de operaciones, se ha ganado a pulso el apelativo de “Björk de la Galicia profunda”. Más allá de esta consideración, labrada a base de paralelismos interpretativos con la extraterrestre por antonomasia del pop, MounQup reivindica la conexión afro-galaica, ya emitida en 1984 por Os Resentidos con su debut, “Vigo. Capital, Lisboa”. Pero mientras los de Vigo se amparaban en la retranca como lazo de unión, lo que MounQup propone es amalgamar dichas culturas bajo un mismo canto, donde las explosiones percusivas resuenan como tempestades sinte de condición ballardiana.
A través de esta aplicación de la integración tezukiana entre ser y máquina, Laura traduce sensibilidades indias, spoken word, mística valdelomariana, flamenco, folk, hip hop y ambient cubista dentro de una arcadia libre de amarrajes con la semiótica tradicional galaica. La misma que exprime con mirada caleidoscópica por medio una intensa aplicación de la intertextualidad como acción creativa, ya sea a través de las poesías de Martin Codax o Luz Fandiño, entre muchas otras voces, y que ella traduce por medio del loop, a través de un cruzado natural de sensibilidades transoceánicas. “Lo que más me gusta del loop es que puedes jugar con la voz. Es algo muy intuitivo”. Bajo dicho canal de acción, este talento sin fin se está erigiendo en nuestra Sherlock Holmes de músicas atlánticas aún por descifrar.